- No te preocupes, estás soñando - dijo la cabeza, ya en las manos del ratón que estaba a punto de ponerla en su sitio.
- Si estuvieras despierta - prosiguió - no habría sobrevivido a semejante carnicería, y mi sangre estaría secándose sobre la moqueta.
El ratón señaló al suelo, donde la trampa para ratones yacía casi sin una gota de sangre, y noté cómo la moqueta volvía a su original tono beige.
Sentí ganas de despertar y no pude.
(Mi cerebro hace tonterías en vez de concentrarse en el estudio)
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